lunes, 28 de enero de 2008

La Hormiga

La Hormiga

En el alba del primer día, cuando aún no le había impreso ningún movimiento al universo, y la tierra, el agua, el aire y el fuego eran una misma y sola cosa, advirtió que a sus pies algo se movía. Una hormiga. No es posible, pensó, debe ser una alucinación, el desbarro de una quimera. Y cediendo a un impulso, la aplastó con el pie. Luego abrió el espacio, lo sembró de cuerpos celestes, le imprimió a cada planeta una órbita, les asignó una duración, y confiado, echó su aliento germinal sobre todo. Pero la creación siguió inerte, quieta, muerta. Intentó serenarse. Retrotrajo todo lo hecho y repitió el procedimiento una y más veces con el mismo resultado. Desalentado, probó con formas parásitas. Dio con algunos hongos que se espesaban en las emanaciones de su cuerpo, pero nunca logró que se afirmaran con la mínima autonomía. Recordó entonces a la hormiga. En la ilusión de copiarla o reconstruirla partió en su búsqueda, pero en ese primer intento fue incapaz de dar con el tiempo y el espacio en que aquello había acontecido. Abatido, contó hasta setecientos setenta y siete mil setecientos setenta y siete millones que para él no eran nada, y se puso nuevamente a la tarea. En el límite de sus fuerzas, cuando ya le corría un frío helado, logró dar con los pliegues espaciotemporales que conservaban los pulverizados restos de la hormiga. Hizo retroceder un poco más la máquina del tiempo, logró deshacer su propio acto destructivo y volverla a la vida. Entonces respiró. Ahora, ese engendro estaba ahí. Era real y se movía. Real gracias al tiempo que era él, al espacio que era él y a la materia que era él. Él era el tiempo el espacio y la materia, pero esa cosa no era él. Necesitaba entender, descifrar ese enigma. Aguardó a que esa cosa viva se durmiera, se des-dimensionó y se lanzó a nadar por la interioridad de esa materia otra. De aquella travesía emergió desecho, sin fuerzas para analizar la enormidad de datos que traía (o creía traer). Se miró al espejo para reconfirmar su integridad y se abandonó al sueño. Fue entonces que una fuerza huracanada lo desmaterializó y rematerializó tantas veces de tan diferentes maneras y a tan alta velocidad, que cuando quedó a las puertas mismas de la primer cópula celular (que tampoco era la primera), en el inicio de todo lo existente (que tampoco era el inicio ni era todo lo existente), creyó recordar que de joven había hecho una experiencia parecida, aunque quizá en sentido inverso, cuando sin proponérselo, ni seguir plan preconcebido alguno se había lanzado a mezclar, fundir, recombinar y no había podido contenerse hasta encontrarse ante un miríada de inconcebibles formas animadas. Y recordó su euforia y que en su exaltación, para experimentar a cuerpo entero la potencia de ese momento, se había introducido en una de esas formas animadas elegida al azar, hasta que alguien que parecía haber sido él mismo lo había aplastado con el pie.

domingo, 27 de enero de 2008

El hombre del lobo

El hombre del lobo

Microrrelato publicado en Diario Perfil - 04.11.2007

El niño yace tumbado en sollozos cuando el animal se aproxima. La tibieza de la lengua en la mejillas le abre los brazos, frenéticos. Logra aferrarse, embocar un pezón, mamar a la desesperada. Por sobre su cabeza, rastrillando el cielo, el viento acarrea nubes de una cumbre a otra.

Diez meses antes, cuando nació, era la guerra. El padre había partido para el frente y la madre, huérfana de sí misma en medio de la barbarie, a poco de parirlo eligió la paz por sobredosis de barbitúricos. El recién nacido quedó en manos de la doméstica que lo crió en silencio y devoción. Cuando una bomba entró por la chimenea y sin explotar quedó latiendo en el living, la mujer recogió al pequeño, se lo cruzó sobre el pecho para darse ánimos y caracoleando entre cráteres y escombros se dirigió hacia su casa natal en las montañas. Anduvo en la noche y se ocultó durante el día, cuesta arriba hacia el sol, hasta reconocer finalmente el sendero, la higuera, la cerca de piedra. Con sus últimas fuerzas y con el niño pataleándole sobre el vientre, volvió a recorrer la doble hilera de álamos hacia el único lugar donde alguna vez había sido feliz. La vivienda estaba en ruinas pero ella no pareció advertirlo. Deshizo el hatillo, depositó a la criatura allí donde su madre se sentaba a hilar todas las tardes, lo cubrió con su chal, levantó la vista... Y comprendió. Comprendió que había pasado demasiado tiempo desde que ella a los nueve años había bajado a la ciudad de la mano de su primera patrona como para que sus padres vivieran y la casa conservara su integridad. Ella misma apenas podía sostenerse sobre sus fémures cansados. ¿Cuánto hacía que no se buscaba la mirada en el espejo? Sintió como de pronto y sin ruido entre las vértebras y las costillas los años se le desmoronaban todos juntos uno sobre otro. No estaba triste. Se sentía liviana, transparente. Comprendió que su misión estaba cumplida, que se había agotado su tiempo y estaba lista. Puso junto al niño dormido los últimos mendrugos y se alejó con la intención de dejarse morir allí donde la tierra quisiera recibirla. La encontró la loba, la misma que más tarde se encargaría del niño y la devoró mansamente junto a sus cachorros, limpiando los huesos.

Pasó un tiempo. El niño era casi un muchacho, un muchacho-lobo cuando apareció por allí un hombre, el primero en años, arrastrando consigo la historia de su especie. El niño lobo lo observó a escondidas durante días. Una noche lo vio caer vencido por el sueño junto al fuego y llevado por un impulso irrefrenable se acercó. Mientras lo devoraba con los ojos el hombre que duerme sueña que no está solo y despierta. Trae la mirada desorbitada de quien viene del otro lado del mundo. El lobo humano extiende las patas, su dentellada convertida en lengüetazo. Vencido por el espanto el hombre extrae un cuchillo y se lo estrella en el pecho. La sangre salta y retoma su curso natural. La devoción de la criada, la leche de la loba, la furiosa algarabía de la manada vuelven a la tierra. La última llama se extingue. El hombre con el arma en la mano queda solo temblando bajo la cúpula del universo. Sobre su cabeza giran imperturbables los astros.

La vida violenta (Reseña)

La vida violenta
[por Lautaro Ortiz, para Diario La Capital, Marzo 2006]
Tres elementos, nada frecuentes en la narrativa argentina actual, reúne Augusto Bianco (periodista, traductor y fundador de la mítica editorial Rompan Fila de los años 70) en las páginas de esta novela: humor, imaginación y un desparpajo formal que intenta con éxito destruir la columna vertebral de este género. Su historia es el relato de la vida de Juan Amaral (uno de los tantos nombres que tiene el protagonista) y su aventura, la búsqueda de su identidad. El personaje es una suerte de bestia marginal ("vivía en estado de brotación salvaje") que descubre el mundo a partir de la violencia: su placer es pegar y ser golpeado. Como si en los golpes que da y recibe estuviera el verdadero sentido de la existencia.
Mientras le cuenta a su madre adoptiva una vida construida a partir de golpes de puño, Amaral desnuda su existencia: la vida en un orfanato; el amor violento con su madre; el éxito como boxeador sanguinario (con el apodo de Amasijo Noyo lleva el boxeo a los límites con la muerte, masacrando a sus rivales con "el disparo a repetición, el falso trompadón, el firulete distractivo, el bolopunch cruzado"); el descubrimiento de un nuevo deporte como el "boxtoreo" (Amaral es capaz de derribar a los animales a las trompadas); la opresión de la hipertecnología y hasta la guerrilla centroamericana. Desde los aires, su abuelo (un ingeniero esquizofrénico perteneciente a una hermandad del aire) le sigue los pasos, acompañándolo a distintos lugares del mundo, a bordo de un dirigible bautizado Utopía.
Como una especie de dios griego, el abuelo rescata a su nieto al final de cada aventura (el dirigible sirve de deus ex machina para cada escena) cuando la muerte acecha y el cuerpo de Amaral se reblandece. La dupla nieto-abuelo, no es otra cosa que la conversación entre la experiencia y la práctica, lo político y lo social, entre el que conoce la violencia del mundo y el que la enfrenta. La teoría está en el aire y la práctica sobre la tierra. A partir de esos polos, Bianco hace su retrato de ciertas ambiciones humanas dominadas por lograr el éxito: el dinero, los terratenientes, los empresarios, la policía y hasta los medios de comunicación.
Con un cuidadoso trabajo de lenguaje, a veces deliberante sucio, tartamudo, Bianco logra un primer golpe desde el inicio que nunca decae: "El tren viaja por el espacio abriendo el universo. Verdetierra, verdetierra, laguna y cielo, desparramo de pájaros, alambrado y silencio". No hay lugar para aburridas descripciones, ni reflexiones ensayísticas, el relato demanda velocidad y así lo escribe Bianco ("Rompe el amarillo sobre los campos mojados. Humean los plátanos. Muge el ganado") En ese vértigo el autor logra por momentos que el personaje Amaral se asemeje a un personaje de historieta tratando de hallar, en cada uno de los 47 capítulos, el tesoro de la aventura.
Como un Rabelais de estas tierras, Bianco junta, pega y juega con expresiones populares, eruditas, refranes, citas y letras de tango, siempre tamizado por un humor ácido, que da pie a un retrato monstruoso de la sociedad como sistema de vida. "El planeta se parece cada vez más a un huevo de codorniz, con pequeñas manchas de bienestar en medio de un océano de miseria. El desempleo, la pobreza y la corrupción no son problemas sino soluciones. Los dueños del mundo sólo dudan entre abandonar la gente a su suerte o ayudarla a desaparecer más rápidamente antes que se vuelva demasiado peligrosa", dice el abuelo a su nieto que siempre responde con ingenio: "Bajá de la rama, imaginero".
El sabor del final es el de una novela irrepetible y -teniendo en cuenta los ejes de la narrativa actual- única en su especie. "Todo esto será tuyo" tiene el mérito de poner al género otra vez en su lugar: en el campo de la pura imaginación.

Reseña - Radar Libros



Boxeando con las palabras
[Por Lautaro Ortiz, para Radarlibros]

Un trabajo extremo con el lenguaje caracteriza la primera novela de un escritor maduro.

Pegar y ser golpeado. Eso es lo que encuentra el protagonista Juan Amaral durante su peregrinaje relatado en Todo esto será tuyo, primera novela de Augusto Bianco, nacido en Italia en 1942 y con una larga trayectoria en el país como periodista, traductor y editor.

Con una prosa deliberadamente sucia, tartamuda, construida a tijeretazos, Bianco despierta de la larga siesta a cualquier lector que se le anime a sus páginas. Claro, cualquier lector quiere decir aquel que desprecie del género las descripciones detalladas, la falta de imaginación, las largas reflexiones al margen de la historia y una prosa no vinculada con la gestualidad de la poesía, es decir, sin ritmo.

El personaje central es una suerte de bestia marginal (“vivía en estado de brotación salvaje”, lo describe Bianco) que pasa por lo peor de la vida: la violencia de un orfanato; el amor salvaje con su madre; el éxito como boxeador sanguinario (con el apodo de Amasijo Noyo masacra a sus rivales con “el disparo a repetición, el falso trompadón, el firulete distractivo, el bolopunch cruzado”) y hasta se convierte en el creador de un nuevo deporte: el boxtoreo. En su largo camino de penurias (va sin nombre aceptando la identidad que le depara cada aventura), el personaje se enfrenta al mundo de la soledad que impone la hipertecnología y hasta presta su cabeza para el nudo de la guerrilla centroamericana. Al igual que Jesús (el título de la novela remite al relato bíblico), Juan Amaral descubre en los golpes el verdadero sentido de la existencia humana y de su raza.

La figura del abuelo, esquizofrénico ingeniero perteneciente a una hermandad del aire y creador del dirigible Utopía (siempre está cuando a su nieto le faltan fuerzas) es un logro en la novela. Un personaje dibujado por dos o tres trazos porque lo que importa es lo que sale de su boca: “Ya quisiera para mí la contundencia de la rama, capaz de dosificar la sal de la tierra, plegarse a la tormenta, filtrar las radiaciones. ¡Cuánto más extraviados son los frutos del pensamiento humano! El estado de gracia es el estado vegetal humanizado, grité una vez en el seminario. A partir de ahí, me consideraron loco”. La dupla nieto-abuelo trabaja el contraste: tierra-sueños, muerte-vida, pensamiento-práctica. Uno en la tierra sufriendo, el otro en el aire enseñando: mientras Amaral se rompe el cuerpo descifrando el mundo, su abuelo desde lo alto se rompe los ojos viendo la imposibilidad de su sangre.

Entre resonancias de Arlt y Borges se escucha la humorada a la que siempre recurre Bianco para levantar la historia: juegos con refranes, con citas tangueras, guiños eruditos, gestualidades políticas y una velocidad en el relato que asombra. Sus descripciones son un ejemplo: “Escorado, el dirigible rola en la borrasca”; “Brota la torre como un hongo arrancado de la tierra por la fuerza del sol”; o el comienzo memorable: “El tren viaja por el espacio abriendo el universo. Verdetierra, verdetierra, laguna y cielo, desparramo de pájaros, alambrado y silencio”.

Bianco no respeta el equilibrio entre la historia y la prosa, y eso hace que su novela sea distinta. A Todo esto será tuyo habrá que sumarla a esa literatura que no vive de prestado sino que escarba el centro, que le mira los ojos a la novela.

Fuente: Radar Libros