lunes, 28 de enero de 2008
La Hormiga
domingo, 27 de enero de 2008
El hombre del lobo
El hombre del lobo
El niño yace tumbado en sollozos cuando el animal se aproxima. La tibieza de la lengua en la mejillas le abre los brazos, frenéticos. Logra aferrarse, embocar un pezón, mamar a la desesperada. Por sobre su cabeza, rastrillando el cielo, el viento acarrea nubes de una cumbre a otra.
Diez meses antes, cuando nació, era la guerra. El padre había partido para el frente y la madre, huérfana de sí misma en medio de la barbarie, a poco de parirlo eligió la paz por sobredosis de barbitúricos. El recién nacido quedó en manos de la doméstica que lo crió en silencio y devoción. Cuando una bomba entró por la chimenea y sin explotar quedó latiendo en el living, la mujer recogió al pequeño, se lo cruzó sobre el pecho para darse ánimos y caracoleando entre cráteres y escombros se dirigió hacia su casa natal en las montañas. Anduvo en la noche y se ocultó durante el día, cuesta arriba hacia el sol, hasta reconocer finalmente el sendero, la higuera, la cerca de piedra. Con sus últimas fuerzas y con el niño pataleándole sobre el vientre, volvió a recorrer la doble hilera de álamos hacia el único lugar donde alguna vez había sido feliz. La vivienda estaba en ruinas pero ella no pareció advertirlo. Deshizo el hatillo, depositó a la criatura allí donde su madre se sentaba a hilar todas las tardes, lo cubrió con su chal, levantó la vista... Y comprendió. Comprendió que había pasado demasiado tiempo desde que ella a los nueve años había bajado a la ciudad de la mano de su primera patrona como para que sus padres vivieran y la casa conservara su integridad. Ella misma apenas podía sostenerse sobre sus fémures cansados. ¿Cuánto hacía que no se buscaba la mirada en el espejo? Sintió como de pronto y sin ruido entre las vértebras y las costillas los años se le desmoronaban todos juntos uno sobre otro. No estaba triste. Se sentía liviana, transparente. Comprendió que su misión estaba cumplida, que se había agotado su tiempo y estaba lista. Puso junto al niño dormido los últimos mendrugos y se alejó con la intención de dejarse morir allí donde la tierra quisiera recibirla. La encontró la loba, la misma que más tarde se encargaría del niño y la devoró mansamente junto a sus cachorros, limpiando los huesos.
Pasó un tiempo. El niño era casi un muchacho, un muchacho-lobo cuando apareció por allí un hombre, el primero en años, arrastrando consigo la historia de su especie. El niño lobo lo observó a escondidas durante días. Una noche lo vio caer vencido por el sueño junto al fuego y llevado por un impulso irrefrenable se acercó. Mientras lo devoraba con los ojos el hombre que duerme sueña que no está solo y despierta. Trae la mirada desorbitada de quien viene del otro lado del mundo. El lobo humano extiende las patas, su dentellada convertida en lengüetazo. Vencido por el espanto el hombre extrae un cuchillo y se lo estrella en el pecho. La sangre salta y retoma su curso natural. La devoción de la criada, la leche de la loba, la furiosa algarabía de la manada vuelven a la tierra. La última llama se extingue. El hombre con el arma en la mano queda solo temblando bajo la cúpula del universo. Sobre su cabeza giran imperturbables los astros.
La vida violenta (Reseña)
Reseña - Radar Libros

Boxeando con las palabras
[Por Lautaro Ortiz, para Radarlibros]

Un trabajo extremo con el lenguaje caracteriza la primera novela de un escritor maduro.
Pegar y ser golpeado. Eso es lo que encuentra el protagonista Juan Amaral durante su peregrinaje relatado en Todo esto será tuyo, primera novela de Augusto Bianco, nacido en Italia en 1942 y con una larga trayectoria en el país como periodista, traductor y editor.
Con una prosa deliberadamente sucia, tartamuda, construida a tijeretazos, Bianco despierta de la larga siesta a cualquier lector que se le anime a sus páginas. Claro, cualquier lector quiere decir aquel que desprecie del género las descripciones detalladas, la falta de imaginación, las largas reflexiones al margen de la historia y una prosa no vinculada con la gestualidad de la poesía, es decir, sin ritmo.
El personaje central es una suerte de bestia marginal (“vivía en estado de brotación salvaje”, lo describe Bianco) que pasa por lo peor de la vida: la violencia de un orfanato; el amor salvaje con su madre; el éxito como boxeador sanguinario (con el apodo de Amasijo Noyo masacra a sus rivales con “el disparo a repetición, el falso trompadón, el firulete distractivo, el bolopunch cruzado”) y hasta se convierte en el creador de un nuevo deporte: el boxtoreo. En su largo camino de penurias (va sin nombre aceptando la identidad que le depara cada aventura), el personaje se enfrenta al mundo de la soledad que impone la hipertecnología y hasta presta su cabeza para el nudo de la guerrilla centroamericana. Al igual que Jesús (el título de la novela remite al relato bíblico), Juan Amaral descubre en los golpes el verdadero sentido de la existencia humana y de su raza.
La figura del abuelo, esquizofrénico ingeniero perteneciente a una hermandad del aire y creador del dirigible Utopía (siempre está cuando a su nieto le faltan fuerzas) es un logro en la novela. Un personaje dibujado por dos o tres trazos porque lo que importa es lo que sale de su boca: “Ya quisiera para mí la contundencia de la rama, capaz de dosificar la sal de la tierra, plegarse a la tormenta, filtrar las radiaciones. ¡Cuánto más extraviados son los frutos del pensamiento humano! El estado de gracia es el estado vegetal humanizado, grité una vez en el seminario. A partir de ahí, me consideraron loco”. La dupla nieto-abuelo trabaja el contraste: tierra-sueños, muerte-vida, pensamiento-práctica. Uno en la tierra sufriendo, el otro en el aire enseñando: mientras Amaral se rompe el cuerpo descifrando el mundo, su abuelo desde lo alto se rompe los ojos viendo la imposibilidad de su sangre.
Entre resonancias de Arlt y Borges se escucha la humorada a la que siempre recurre Bianco para levantar la historia: juegos con refranes, con citas tangueras, guiños eruditos, gestualidades políticas y una velocidad en el relato que asombra. Sus descripciones son un ejemplo: “Escorado, el dirigible rola en la borrasca”; “Brota la torre como un hongo arrancado de la tierra por la fuerza del sol”; o el comienzo memorable: “El tren viaja por el espacio abriendo el universo. Verdetierra, verdetierra, laguna y cielo, desparramo de pájaros, alambrado y silencio”.
Bianco no respeta el equilibrio entre la historia y la prosa, y eso hace que su novela sea distinta. A Todo esto será tuyo habrá que sumarla a esa literatura que no vive de prestado sino que escarba el centro, que le mira los ojos a la novela.
Fuente: Radar Libros