–El tren venía por el espacio abriendo el universo. Verdetierra, verdetierra, laguna y cielo, desparramo de pájaros, alambrado y silencio. Sin saberlo, entraba en un mundo que sería mío… De la estación, hicimos campo hasta una paré altísima. Todo parecía quieto, muerto, sin lugar. Nos hicieron pasar. Movieron papeles, suelas, palabras. Isa me dijo: hijo, aquí van a enseñarte a ser un hombre de bien. Me dio un beso y se fue. Nunca más la vi.
–Tuvo que viajar... Ya te contaré.
–En el dormitorio me mostraron: tu cama, tu pilcha, tu ropero, tu número, el ciento once. Resinación y obediencia. Ciega, me dicieron. Quitaron la luz que me estaba desvistiendo. Para apurarme, el celador me tiró un bollo. Como me reí, ligué otro. Como me reí más, otro. Resultado: terminé en el piso y el tipo me zapateó completo. Los pibes, a zafarrancho.
–¿De que te reías?
–No sé. Ha de ser la drenamina.
–La adrenalina…
–Eso. Entra un dogor, con voz de pito pone todos a callar y me revolea escalera abajo. De los pelos. En el patio empieza a meterme trompadas de sangre. Reíte ahora uno uno uno feto de mil putas. Al final, me escupitajeó y yo le batí: gracias vieja.
–¿Por?
–No sé. Venía perdedor. No sabía que me podía reasionar… En enfermería supe que al inflado le decían Clara Boya; que cuando lo veían venir los pibes se hacían encima, entonces iba por otro; que había un par de mongis que habían quedado así por los piñazos del bufa; que con el único que no se metía era con uno que se llamaba Chatarra; que al dire le decían Cangrejo por la cara de curda. Eso supe por el Moncho, un correntino gorgojo, trucha de mulita. Buenazo. Contaba que la vieja lo había parido prematurro. De gramos. Que lo cagó y se fue. Que para salvarlo la partera se lo enchaconó y lo crió ahí calientito calientito. Que le daba teta ahí abajo direto y que cuando al final lo desconchó se vio que se le había formado otro umbligo. Único humano con dos umbligos mostraba levantando la pilcha.
Ella lo miró.
–Bueno, después me batió la justa... Éste, me lo hizo la vieja que me parió y éste otro es un cuarenticincazo que me chantó la yuta. Lo que esplica porqué además era el único humano con umbligo a la espalda.
–¿Lo balearon?
–De lado a lado. El viejo, que no era el viejo sino el punto de la partera, cansado de tanto conche y desconche se lo alquiló a un circo para que lo tirara a cañón. Un día se le cayó del cielo a un policía que lo confundió con estraterrestre por lo fulero y lo balió. Resultado, el cirquero lo devolvió por inservible y el punto de la partera al concebirlo difunto lo encajonó para basura. Pero esa noche se raja el cielo, se desmadra el río y el jonca con el pibe se va Paraná abajo y le entra por la ventana a una curandera que recibe el cadáver a medio hacer…
–Qué historia…
–…La mano santa se lo disputa a la parca, lo retorna a la esistencia y se lo vende al mismo circo, mire usté, como el único humano nacido dos veces que en realidá eran tres. Y ¡vuelta a cañonearlo! Y ahí, basta. El Moncho se espianta definitivo, en camalote, río abajo como quien va en bote a mano y remando. En el Purga, pasó como todos, por el buzón, el desierto...
–¿El desierto?
–Montañas de arena en cuadros de madera, dejando siempre uno libre. Cuando el Cangrejo viene y me dice saque a pasear las montañas, yo le contesto, oiga, ¿está en pedo? Y el tipo: acá el pedo es salú y me manda derecho al buzón, un roperito de entrar parado. Días. Encima, cuando te abren te caés y como no podés caminar te mueven a rebencazos. Total, que te cuidás.
Ella pasó el mate.
–¿La escuela funcionaba?
–Funcionó dos años, con la Yeguasa. Le decíamos así por yegua santa. Yo me hice gente con ella… Un día le confío: no tengo recostadero. Y ella: todos tenemos en el mundo un lugar reservado nuestro que nadie ocupará jamás. ¿Ha de creerme?
–Comonó.
–¿Y cuál es ese lugar? pregunto. Tendrá que descubrirlo, me dice. Me enseñó a tenerme respeto. Y paciencia... El másimo tesoro no es el dinero, es la intensidá de la mirada, decía, la curiosidá. El pior enemigo del pobre es la vergüenza, vergüenza de preguntar, de no saber. No se dice pa’, se dice para; no se dice lo’libro, se dice losss librosss. Cada vez que alguno decía: y yo qué sé, ella contestaba: todo niño es un sabio que no sabe que sabe. ¡Nos rompecabeceaba, la guacha! ¿Y saben por qué sabe aunque no sepa? Porque quiere aprender. Nunca afirmaba: esplicaba preguntado. La sigo viendo en su despedida… Yo casi no la escuchaba porque la venía palando para adentro, almacenándola para el invierno. Al final, como pasando raya y sumando dijo: hay dos tipos de tiempo, en uno de esos tiempos no hay despedidas ni dolores. Ahí los espero. Abrió la puerta y se mandó. Como nadando.
Oscurecía.
–…La hallaba igualita a la virgen María. Pintada. Pero no ha de ser porque al tiempo agarró cría. Esa fue, se malicia, la razón de su partida. Por sentir la paz que en su calor despedía, con el Cabeza hacíamos tarde en bibloteca…
–¿Quién es el Cabeza?
–Mineti, mi hermano.
–Si vos no tenés hermanos.
–Hay hermanos que se hacen, y valen doble, triple. El Cabezón es mi hermano. Me leía. Nos perdíamos en las historias... Tanto, que cuando sonaba la campana salíamos tembleques.
–Y de mis visitas, ¿te acordás?
–Cómo no me voy a acordar. Cuando me dicieron, tenés visita se me aflojaron las patas. Tenía miedo que fuera Isa. Que me sacara.
–¿No querías salir?
–¿Está loca?
–Hablabas tan poco…
–Usté traía un dulce de leche envuelto en papel blanco, atado con hilo blanco a un manguito de madera blanca, marcado a fuego como las vacas, donde se leía Confitería París... Después, no vino más.
–Enfermé... El frío, esas horas de tren, y yo tan chacabuca.
–¿Usté la veía a Isa?
–Le había pedido tu tenencia.
–¿Qué le contó de mí?
–No mucho. Vos sabés, es de pocas palabras.
–Yo soy distinto, Sara…
–Sos como todos.
–No. En el purga me decían Piltra, por Piltrafa. Un día… Chatarra me manda llamar. Él hacía cuartel en la cancha de paleta. Asi que a vos te gusta que te den felpa, te gusta el fracaso, y movía el faso de un lado para el otro con la lengua. Bueno, te voy a dar el gusto, te voy a fracasar para siempre, pero no a vos, a tu colifa. Andá sabiendo, me alesionó, que todos llevamos dentro un colifato, un mostro descerebrado y caníbal. Para ser alguien hay que hacerlo mierda, ¿cuadrás?, bien mierda. Si no él te hace mierda a vos. Asi que, aprontate. Para mí, ese día no termina de pasar... A cada mano que me metía se me soltaba el cuerpo y tras el cuerpo lalma. Cuando el Chata paró yo estaba a la miseria, pero él no andaba mejor. Los pibes me alzaron: Pil-tra-fa… Pil-tra-fa... Ni mierda me voy a olvidar ese día... Tenés las manos pesadas y el cuerpo firme habló y todos escucharon, pero para incrustarle al Clara Boya las astillas de la napia contra la nuca te falta yel, odio, cemento. Todo podrás si te lo propones. Son muchos los que quieren patinar sobre esa bolsa de pus.
Ella se levantó y encendió la luz.
–¿Y en taller, qué hacían?
–Carpintería, torno... Pero lo que más me gustaba era huerta, gracias a las enseñanzas del tío Tuto. ¿Usté lo conoció?
–Apenas.
–Un tipazo. Gracias a él, me hicieron capaz.
–Capataz…
–Eso. Palar, abrir el mundo, dejar las lumbrises pataleando. Eso aserena. Viene como una respiración de ahí.